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Hay que enfrentar la crisis hídrica global

La crisis hídrica mundial ya no se puede ignorar. Sin una gestión adecuada del agua no podremos enfrentar el cambio climático, y la mayor parte de los Objetivos de Desarrollo Sostenible será inalcanzable.

La serie inédita de inundaciones, sequías, ciclones y olas de calor del año pasado fue una muestra de lo que viene. Pero mientras esos desastres concitan abundante atención, la crisis hídrica subyacente pasa inadvertida. Los problemas relacionados con el agua (su escasez o su exceso, que no sea pura y apta para el consumo) ya provocan inseguridad alimentaria y sanitaria crónica en regiones enteras. Cada 80 segundos muere un menor de cinco años enfermo por agua contaminada, y cientos de millones más crecen sin desarrollarse bien y con perspectivas vitales disminuidas.

Para colmo de males, hemos ingresado a un círculo vicioso en el que la crisis hídrica, el calentamiento global y la pérdida de biodiversidad y de capital natural se agravan mutuamente. La erosión de humedales y resequedad del suelo amenazan con convertir algunos de los grandes depósitos de carbono del planeta en nuevas fuentes de emisión de gases de efecto invernadero, con consecuencias climáticas devastadoras.

La mayor parte de la lluvia que recibe un país se genera fuera de su territorio. La disponibilidad de agua dulce depende en última instancia de las precipitaciones, que a su vez dependen de la presencia de océanos estables, bosques intactos y ecosistemas saludables en otros países y regiones. Pero estamos desestabilizando la capacidad de los sistemas terrestres y oceánicos para generar agua.

Como copresidentes de la Comisión Mundial sobre la Economía del Agua, convocamos a una acción colectiva para superar la crisis hídrica. Debemos organizar una respuesta más audaz, con mayor integración intersectorial, interconexión nacional e internacional y más equitativa que iniciativas anteriores. Esto demandará una nueva “economía del agua” y una estrategia integral basada en siete puntos clave.

En primer lugar, debemos reconocer que el ciclo mundial del agua es un bien común y gestionarlo como tal. Si todos estamos conectados a través del agua, debemos trabajar juntos para romper el círculo vicioso y volver a una trayectoria hídrica sostenible. Eso demandará una mirada basada en la justicia y la equidad para todas las comunidades en todo el mundo.

En segundo lugar, debemos adoptar un enfoque de misión que abarque todas las formas en las que el agua es un elemento clave del bienestar humano. Eso implica tratar el acceso a agua apta para uso doméstico como un derecho humano y actuar en forma colectiva para estabilizar el ciclo hidrológico global mediante una gestión del uso industrial del agua. Para garantizar la seguridad alimentaria y la resiliencia de las cadenas de suministro de alimentos, y para preservar la biodiversidad y los sumideros naturales de carbono, necesitamos una revolución en la gestión del agua verde (de lluvia) y azul (de riego).

Además de movilizar a las partes interesadas se re quieren políticas de innovación y estrategias industriales para catalizar soluciones. Hay que aumentar las inversiones en el agua por medio de nuevas alianzas público‑privadas tan ambiciosas como las que nos llevaron a la Luna hace cincuenta años; pero con condiciones contractuales que garanticen una amplia coparticipación en el valor creado en forma colectiva.

En tercer lugar, hay que dejar de subvalorar el agua. Con una fijación de precios adecuada y apoyo selectivo a los hogares pobres, habrá un uso más eficiente del agua en todos los sectores, más equitativo entre comunidades y más sostenible en los niveles local y global. Pero los procesos de toma de decisiones también deben tener en cuenta el valor no económico del agua, para proteger el ecosistema más amplio del que depende el ciclo del agua (y con él, las sociedades humanas).

En cuarto lugar, debemos eliminar en forma gradual subsidios al agua y a la agricultura por un monto anual cercano a los 700 000 millones de dólares (que a menudo alientan un consumo excesivo de agua y otras prácticas perjudiciales para el medioambiente) y reducir las pérdidas en los sistemas de distribución actuales. Eso liberará importantes recursos para incentivar la conservación del agua y dar apoyo directo a los hogares pobres.

En quinto lugar, debemos establecer alianzas para la justicia hídrica de modo tal que los países de ingresos bajos y medios puedan invertir en el acceso al agua y en la resiliencia y sostenibilidad de los sistemas hídricos, contribuyendo a sus objetivos nacionales de desarrollo y al bien común global. Esas alianzas ayudarán a reunir diversos financiamientos, y los ineficientes subsidios locales se redirigirán a usos mejores, mientras los bancos multilaterales y otras instituciones financieras de desarrollo podrán multiplicar el impacto de los fondos públicos y atraer junto con ellos más capital privado hacia los proyectos. El retorno económico de esas inversiones superará con creces el costo, sobre todo si las alianzas se diseñan de modo tal de maximizar sinergias con las iniciativas de lucha contra el cambio climático y lograr un crecimiento más inclusivo.

En sexto lugar, tenemos que dar apoyo a innovaciones que extiendan el alcance de los escasos recursos hídricos. Esas inversiones también generarán grandes retornos. El viaje a la Luna produjo avances no sólo en la industria aeroespacial sino también en las de los alimentos, la electrónica, las comunicaciones, los materiales y el software. Así, concentrarnos en el desafío hídrico implica cambios en la forma de hacer muchas cosas y eso traerá grandes avances en muchos sectores.

Por ejemplo, para fortalecer los sistemas de almacenamiento de agua dulce tenemos que replantear la gestión de los humedales y los recursos hídricos subterráneos, hoy peligrosamente agotados. Una economía urbana circular (orientada al reciclaje) para el agua creará una nueva lógica para el tratamiento de aguas de desecho industriales y urbanas. El uso de sistemas de riego de precisión, agricultura de temporal resistente a sequías y cultivos que demanden menos agua aumentará la sostenibilidad de los sistemas alimentarios y los ingresos de los agricultores. Y es posible reducir la huella hídrica de los procesos industriales, por ejemplo, mediante la reutilización del agua en la producción de materiales críticos como el litio, necesario para una electrificación a gran escala.

Por último, tenemos que reconfigurar la gobernanza multilateral del agua. El sistema actual está muy fragmentado y no está a la altura del desafío. Una herramienta útil es la política comercial. Incluyendo normas sobre conservación del agua en los acuerdos comerciales podemos alentar prácticas más sostenibles y desalentar los ineficientes subsidios al agua. También debemos usar el multilateralismo para desarrollar habilidades y capacidades en el nivel global y para proteger a los agricultores, las mujeres, los pueblos indígenas y los consumidores que están en la primera línea de la lucha por la conservación del agua.

Todavía estamos a tiempo de convertir la crisis hídrica en una oportunidad global para un amplio progreso económico y para un nuevo contrato social centrado en la justicia y la equidad. Si no lo hacemos, dejaremos de tener un sistema planetario seguro.

 

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